University Park y la remake del Titanic como su principal atracción

Imaginemos juntos una realidad distópica pero no tanto...


En un mundo donde el conocimiento ha sido convertido en mercancía, la universidad pública se asemeja cada vez más a un parque de diversiones en ruinas. University Park, el modelo educativo del neoliberalismo extremo, se presenta como un parque temático donde la formación académica se vende en distintas categorías de acceso, los docentes sobreviven entre la miseria y la precarización, y la función social de la educación queda reducida a una simulación. Su gran atracción es la remake del Titanic, donde se representa, con una precisión trágica, el hundimiento de la universidad pública, la ciencia, la tecnología y, con ellas, la misma democracia.

Los aplausos de los impávidos

Mientras el sistema educativo colapsa, las autoridades universitarias se debaten entre la obsecuencia y la parálisis. Obsecuentes y aplaudidores del modelo neoliberal de Milei, celebran la mercantilización del conocimiento con una mezcla de entusiasmo y servilismo. Otros, atónitos, contemplan el desmantelamiento del sistema de ciencia y tecnología, el vaciamiento del presupuesto y la demolición de instituciones de vinculación con una incapacidad absoluta de reacción. A su alrededor, el Estado de derecho y la democracia misma son puestos en jaque, pero ellos siguen en silencio, confiando en que, de alguna manera, podrán seguir operando en medio de los escombros.

El docente convertido en esclavo o en empresario voraz

Bajo la excusa de un heroico sostenimiento de las aulas abiertas, se impone la lógica de que la universidad debe mantenerse en pie sin importar a qué costo. Y el costo lo pagan los docentes, que deben aceptar salarios de miseria, sobrecarga laboral y poliempleo que les impide dedicarse a la función educativa. Mientras tanto, el mantra neoliberal de que el cliente siempre tiene la razón transforma la relación educativa en una transacción comercial: el estudiante ya no es un sujeto crítico en formación, sino un consumidor al que hay que satisfacer con títulos vacíos.

En el otro extremo está el docente freelance, que apenas pisa la universidad porque debe atender su estudio contable, su despacho jurídico, su empresa, su campo o cualquier otro de sus múltiples kioscos externos. Con una hipocresía monumental, se beneficia del financiamiento estatal y de los cargos públicos, pero puertas afuera se presenta como un anarco-capitalista acérrimo que denuesta el gasto público mientras lo usufructúa. En este escenario, la educación superior se convierte en una cáscara vacía, sostenida por quienes aún creen en su misión y explotada por quienes la ven como un negocio más.

La ley de la selva académica

El futuro de la universidad pública no está en la privatización ni en su conversión en un parque temático del conocimiento. Su verdadero potencial radica en su capacidad de vincularse con la sociedad, generar conocimiento situado y dar respuestas al medio. Pero la dinámica actual la empuja en la dirección contraria: la hiperfragmentación, el individualismo extremo y la lógica del sálvese quien pueda han instaurado una suerte de ley de la selva académica.

En este ecosistema depredador, quien puede, captura privatamente los bienes públicos, aprovechando el desorden para su beneficio personal, mientras nadie discute el desfinanciamiento ni las alternativas para construir marcos institucionales sólidos que permitan una verdadera participación público-privada orientada al desarrollo. Así, la universidad se convierte en un naufragio permanente, donde cada cual lucha por su propio bote salvavidas sin pensar en el futuro colectivo.

El iceberg está a la vista

El hundimiento de la universidad pública no es un accidente ni una fatalidad inevitable. Es el resultado de decisiones políticas, de la falta de reacción de sus propios actores y de la imposición de una lógica de mercado que no es compatible con su función esencial. University Park no tiene por qué convertirse en el destino final de la educación pública, pero evitarlo requiere un cambio profundo: recuperar la idea de la universidad como un bien común, defenderla de la privatización encubierta y reconstruir un proyecto educativo que no responda a la lógica de la mercancía, sino a la de la justicia social y el desarrollo nacional.

Porque si seguimos en este camino, la remake del Titanic no será solo una atracción del parque. Será nuestra realidad.

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