Derecho a la Ciudad
En medio de las oleadas de inseguridad y violencia, cada
vez se pone más en crisis el espacio público como espacio de producción y apropiación
social de las y los vecinos.
El derecho a la ciudad, el derecho al paisaje no es solamente un derecho urbanístico, como un superficial supuesto arquitectónico. El simple hecho de contemplarlo como un derecho civil en el sentido liberal del termino le otorga una potencia de igualdad ante la ley digna de la Revolución Francesa.
Recuperar la radicalidad libertaria de los derechos
civiles implica profundizar la discusión política al punto de preguntarnos ¿Quiénes
pueden acceder a la ciudad, su uso y su disfrute?
La radicalidad de la igualdad implica experimentar la
Ciudad en nuestros cuerpos, en el uso, el tránsito y la habitación del espacio.
Porque esto no es así para todos es que construimos leyes como sociedad.
En 2018 nuestra Ciudad sanciona el Código Municipal de los Derechos de las Personas con Discapacidad y
este es el enfoque de derecho transversal que nos tiene que orientar para
pensar y hacer toda la política pública.
Un ejemplo positivo que han logrado las vecinas y los
vecinos del oeste de la Ciudad es la plaza inclusiva que es producto de un
proyecto ideados por ellos y financiado por el Presupuesto Participativo.
Sin embargo, para lograr garantizar el acceso al derecho
a la ciudad no podemos tranquilizar nuestras conciencias con una serie de obras
dispersas ya que esto no constituye la transversalidad de la política pública,
ni el desafío de los profundos y oscuros problemas sociales que nos agobian
sobre el espacio público.
Nuestra sociedad sigue siendo desigual. El espacio público está en disputa entre la captura privada ya sea legitimada por el marco legal o perseguida por él. Esto lo justificamos unas veces con fanatismo y otras veces con hipocresía.
Nos introducimos producto de los discursos punitivitas en
falsas dicotomías ente los derechos de las víctimas o de los victimarios, como
si su condición de otredad les anulara la posibilidad de ser, lo que inmediatamente
clausura el debate político a cerca de la sociedad en la que queremos vivir con
admoniciones llenas de moralina.
El mercado como regulador de oferta y demanda no tiene la
capacidad de representar en el sistema de precios el bien común y la
externalidad positiva de la sinergia social. El sentido común positivista y la exceptiva
de un estado policial, capaz de custodiar, como Big Brother, el derecho a la propiedad,
no alcanza a dar repuestas a problemas de corte social y cultural como la falta
de empleo, la marginalidad, la falta de proyectos de vida en los más jóvenes y
los distintos dispositivos de exclusión social.
Como ya dijimos, el territorio se experimenta en el
cuerpo.
Comentarios
Publicar un comentario